viernes, 15 de julio de 2016

Me cago en tus muertos

Con la muerte del torero Víctor Barrio se nos ha echado encima uno de nuestros peores temores: que el siglo XXI es moralmente demoledor. El personal antitaurino muy activo en las redes se alegra de que haya muerto enganchado por el toro, y el personal taurino lamenta con igual vehemencia el fallecimiento de un señor que sabía perfectamente a lo que se exponía. La cuestión central es que la fiesta de lidia es una tremenda barbaridad que habrá que corregir si acaso manteniendo con escasa rentabilidad el divertimento de correr delante de las bestias, cuyo acontecimiento insignia, el encierro de San Fermín, es muy celebrado por la multitud que luego se indigna. Quitando la pasión, el torero muere en accidente laboral y ya está, pero lo que queda es que ha muerto un ser humano, como apunta su mujer y eso es auténtico. El maltrato animal es absolutamente detestable pero mientras sea legal no se puede desear la muerte del torero, salvo que por vivir una vida virtual no reconozcas la valía de una vida real o no tengas muertos en los que cagarte porque no los has metido aún en una caja y te has despedido de ellos para siempre, siempre jamás. Es una cosa muy seria, hay que pensarlo muy bien y no comparar a un bicho con una persona. Todas las fuerzas habría que destinarlas a prohibir legalmente la fiesta nacional, que no a celebrar la carnicería del ser humano y desear su deceso con más ahínco que el del perro de la enfermera del ébola.

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