Los
periodistas que siguieron a Mariano Rajoy en su periplo
fugaz por Zaragoza tenían cara de pocos amigos. Al plasma de la comparecencia de
prensa (si, otra vez) se unió la prohibición de dirigirse al Presidente o al séquito durante
un falso paseo ciudadano. Se fue de cañas a El Tubo, pero al mítico Pascualillo
solo podían entrar los “ciudadanos” y no los “periodistas”. Será que no son
ciudadanos. No les dejaban los de seguridad, que seleccionaban a los invitados.
Usted ciudadano inerme, adentro; usted, periodista desalmado, a distancia. Como
corderos, los plumillas y fotógrafos seguían a distancia al líder del PP, que
recordó su peor versión, como cuando a finales del invierno del año pasado,
también en la capital de Aragón a propósito de las riadas entonces, dijo
aquello de “yo vengo a donde me traen”. Lo increíble es que ninguno de los
periodistas se diera media vuelta y dejara al jefe supremo compuesto y sin
prensa. De qué sirve ayudar en la calle a las ancianas -como fue ayer el caso- si
no hay medio de comunicación que lo cuente. Mal por Rajoy y por el PP, peor por
los periodistas.
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